Yo Amo leer...

Incentiva a la lectura,
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martes, 30 de marzo de 2010

¿Te perdí?



 ¿Te perdí?
Hoy desperté feliz, fue uno de esos días que nada te lo arruina, y a la tarde decidí ir de noche a la playa a pasarla bien y divertirme, pero nada fue así…..lo que iba a ser encontrarme con mi mejor amigo, y hasta talvez confesarle mis sentimientos, fue todo lo contrario, y termino siendo la peor noche.
Llegue allí a la hora acordada y ahí estaba el como siempre preparando para iluminar la playa, me acerque y le dije: -¡Hola!- Con toda mi felicidad sin recibir respuesta alguna,
Y pensé…tal ves no me escucho, entonces repetí: ¡Hola amor!(como nos tratábamos con Joaquín), pero él siguió ignorándome, lo salude una y otra vez sintiendo como la tristeza se iba apoderando de mi, ya que él era muy importante en mi vida.
En un instante mi amigo prendió  las antorchas  y al mirar hacia el mar sentí como una lágrima rodaba por mi mejilla, me acerque hasta el agua y me senté, tratando de entender, porque Joaquín, mi amigo, me había ignorado; en ese momento se acerca él me dio un beso y me dijo: -”Chau me voy para siempre, olvidate de mí y de lo que sentís por mí”- Yo en ese momento quede perpleja sin entender y el se marchó….
Y yo sentí que mi mundo se derrumbo y me pregunte una y mil veces ¿Por qué…? ¿Por qué si sabía lo que sentía nunca me lo dijo? ¿Y por qué justo él se fue y me dejó? Regresé a mi casa agarré la caja en la que tenía sus cartas, regalos, fotos, me acosté  y leí una por una las cartas, y mirando las fotos recordé esos momentos que pasábamos juntos y me dormí….
En ese preciso momento abrí los ojos y me di cuenta que todo fue un sueño, llorando de alegría y recordando el sueño llame a Joaquín  y le dije que necesitaba hablar con el, y le pedí que nunca me abandone, nos encontramos  y luego de un largo abrazo me preguntó que me pasaba y le conté el sueño y le dije que gracias a éste me di cuenta que lo amaba, el me dijo  que también pero como a una hermana y prometió que nunca me iba a dejar.
Yandira.

domingo, 14 de marzo de 2010

La medallita

La medallita.
La Jacinta era buena muchacha. Su único pecado fue dar a luz un hijo, sin marido, en un pueblo como Villa Adelina.
La conocí cuando era adolescente. En ese entonces ella no se fijaba en mí, yo no era nadie, ni la merecía. Hoy las cosas cambiaron: soy el intendente.
Su familia era de Buenos Aires, tenían una estancia grande y mucho dinero. Hija única de madre bohemia y padre “mal entretenido”, viajaban por el mundo sin reparar en gastos. Cuando entró al secundario sus padres optaron por dejarla pupila en el colegio de monjas y mi tía Porota ofició de tutora a cambio de ocupar el viejo inmueble que tenían frente a la plaza.
Ella era muy bonita. Se distinguía por su forma de caminar, por su donaire. Los hombres se alborotaban cuando, con su andar ondulante, cruzaba la plaza. Se sabía linda y pretendida pero ninguno obtenía sus favores. No era una mujer cualquiera, menos para esos babosos que la acosaban a su paso o se escondían detrás de los postigones para observarla.
Regresó al pueblo hace unos meses. Ni sus padres ni los campos existen. No tiene nada ni a nadie, sólo un hijo y recuerdos borrosos. Actualmente ocupa un cuarto en la pensión de mi tía Porota y gracias a ella consiguió trabajo en la panadería de los Roldán.
A mi tía le tiene confianza, le cuenta cosas: el otro día le dijo que para ella había sido muy duro aceptar ese hijo, pero que en realidad siempre le habían gustado los niños; recordó que casi la echaron del convento cuando se resistió a entregarlo en adopción.
Según ella, hombre, verdaderamente hombre, tuvo sólo uno: Juan Soler.
Soler trabajaba como peón en el aserradero de las monjas, lugar donde la enviaron para ocultar su embarazo. Con él escapó a Buenos Aires llena de ilusiones y proyectos que no pudo cumplir.
La tía Porota quiere que me case con ella, cree que tengo posibilidades. Me cuenta que todas las noches la Jacinta reza frente a la imagen de la Virgen del Valle, apretando entre sus manos una medallita de bronce.
Hace unos días la vi nuevamente. La panadería de los Roldán queda cerca de la intendencia y desde el auto pude observarla: todavía es hermosa. Aún recuerdo ese día de primavera cuando junto a otras novicias se bañaba en el río y entró al monte para cambiarse. Ella no pudo vernos. Veníamos con el finado Tucho del cumpleaños del Bocha, envalentonados con tanta sangría y ginebra. Allí nos hicimos hombres, allí perdí mi medallita. Por suerte su hijo no se parece a ninguno de los dos.

Tomás Juarez Beltran.